Dentro de nuestro proyecto Betu estamos experimentando con un sistema de mínimo consumo energético y de recursos para la preparación de un terreno irregular de monte para la producción combinada de leña y alimentos.
Una de las características más notorias del terreno, procedente de sucesivos rellenos parciales de lo que era históricamente una zona baja de monte, a pocos metros ya del valle, era su irregular orografía. El abordamiento convencional hoy día para esta característica sería introducir maquinaria pesada para igualar el terreno allanándolo, quitando tierra de un lado para ponerla en otro.
Nosotros no sólo consideramos innecesario ese consumo económico y de energía fósil sino que lo vimos inconveniente. En primer lugar porque removería innecesariamente la escasa capa de tierra fértil sobre la piedra desmenuzada de monte que constituye el substrato de esta zona del proyecto. En segundo lugar el allanarlo suponía dejar el extremo de la finca al ras de la pista asfaltada que pasa por el sur de la misma, lo cual no interesaba por desprotección ante el viento y el aire frío nocturno (zona proclive a heladas).
Por tanto procedimos aplicar los consejos de la permacultura y de la agricultura orgánica ante estas situaciones, conseguiendo dos objetivos con el mínimo gasto: rellenar ciertos baches del terreno para igualarlo de manera no agresiva, al tiempo que aumentábamos rápidamente la materia orgánica y por tanto la fertilidad el suelo. Para ello recogimos toda la materia orgánica de desecho a nuestro alcance en los alrededores, y producida en la propia finca: sobre todo restos forestales y de desbroce y poda.
Como explicamos en el esquema animado adjunto, depositamos todas esas ramas, troncos delgados y hojas en las zonas de mayor depresión del terreno.
Nuestra intención era, para acelerar la descomposición y evitar la posible propagación de incendios a partir de esa materia seca, cubrir con una capa de tierra esta materia leñosa. Para ello estuvimos varios meses esperando que apareciese tierra fértil procedente de alguna obra o desmonte próximo. Finalmente, como vimos que no llegaba y que se aproximaba la época de incendios, decidimos utilizar una tierra arenosa y de apariencia poco fértil que procedía de un pequeño desmonte que habíamos realizado en la finca y que aguardaba a ser reutilizada para rellenos. Para nuestra sopresa la primavera la había cubierto de tal capa de plantas que ya casi no se veía la tierra. Por tanto la consideramos suficiemente fértil como para servir de capa protectora del relleno y contribuir a acelerar su descomposición. Con esto cumpliríamos los consejos que habíamos visto en tantos libros de permacultura, y haríamos una especie de hügelkultur forestal inspirada también por el compost de los templarios.
Para nuestra sorpresa la naturaleza se había encargado ya del trabajo. En cuestión de pocas semanas los restos se habían cubierto de una capa espesa de hojas, principalmente de dos especies, ambas trepadoras y de las denominadas invasivas: Convolvulus arvensis (GL: corregola, ES: correhuela) y Rubus fruticosus (GL: silva, ES: zarza). Pese a ser plantas consideradas malas hierbas o incluso pestes, demostraron ser útiles para ciertas funciones. La capa vegetal está contribuyendo a mantener la humedad alta, protegiendo del sol del verano, y facilitando la descomposición de la materia orgánica principalmente leñosa con la que rellenamos el bache del terreno. Además, al ser la correhuela caducifolia, aportará aún más materia orgánica al hueco.
Hemos podido comprobar en la práctica cómo se puede no sólo rellenar e igualar un terreno sin consumir energía fósil sino que se puede enriquecer de paso de materia orgánica, acelerando el proceso gracias a la acción espontánea de las plantas locales o favorecida mediante siembra de especies concretas que cubran el relleno y lo enriquezcan.